Lo que no decimos, no se muere, nos mata.

Después de un suceso traumático, o quizás no tan traumático, necesitamos soltar, soltar para poder volar, para volver a recuperar nuestra identidad. Aunque si bien es cierto que, nuestra identidad, nuestro self, se va modificando con el paso del tiempo, y esto depende de muchas variables, puede ser consecuencia de nuestro ciclo vital, puede también que nuestra identidad se vaya transformando conforme la vida nos sorprende, especialmente, si se trata de hechos que percibimos de manera subjetiva como negativos. Una parte de nuestro yo, se queda atrás, se queda en el camino, dando lugar a otro yo. ¿De qué depende que esa nueva identidad sea favorable o desfavorable? De ti, de cómo sea tu estilo de afrontamiento ante las dificultades de la vida. Vaciar para volver a llenar.

Las personas que me habéis leído con anterioridad sabéis lo que pienso de los inputs que recibimos de la sociedad, que provienen de la psicología positiva y que hacen referencia a que hemos de aproximarnos al placer, a aquello que nos provoca felicidad y alejarnos de todos los pensamientos, emociones y sensaciones que nos generan malestar, tristeza, sufrimiento, tanto, que sentimos que nos rompemos por dentro. Yo discrepo.

Después de una experiencia dolorosa, tenemos diferentes opciones. La primera es pensar que debemos pasar nuestro duelo, con todas sus etapas, veamos. La negación, cuando no paramos de repetirnos que no puede ser verdad. La negación, obviamente, no es una etapa que puede durar mucho tiempo, ya que en cualquier momento, nos daremos de bruces con la realidad. La ira, donde la rabia expira por cada poro de nuestra piel, emociones que nos conducen a buscar responsables de nuestro dolor, a sentirnos impotentes al tomar conciencia de que no podemos hacer nada ante la pérdida, sea del tipo que sea. Para continuar, la negociación, donde en nuestros diálogos internos manejamos ideas de cómo hubiera sido si…, el conocido «y si». La etapa de la depresión, desde mi punto de vista, es donde ya hemos debido pedir ayuda, aunque cuanto antes, mejor. La depresión se caracteriza por pensamientos catastróficos, incurrimos en generalizaciones (todo, nada, nunca, siempre…). Sentimos un vacío que no sabemos cómo ni cuándo se va a poder dejar de sentir, sentimos que es complejo que «nadie» nos entienda, que nadie sea capaz de empatizar con nuestro dolor. No me estoy refiriendo a la depresión como psicopatología, sino más bien al global de cómo nos sentimos, fundamentalmente, tristes, después de haber perdido a alguien o algo que era importante para nosotros. Finalmente la aceptación. La aceptación no tiene por qué significar que ya dejó de doler, sino que hemos aprendido a coexistir con nuestro dolor, que con el paso del tiempo, sentiremos de maneras diferentes. También vamos a necesitar tiempo para poder sentir alegría, incluso a no sentirnos culpables por ello.

Huelga decir que no todas las personas somos iguales, por lo que la etapas pueden ser como las he expuesto o diferentes, en cuanto al contenido y/o al orden, sin embargo, sí que insisto en que por favor, te lo permitas. Permítete sentir, habla de tu dolor con las personas que tú decidas, pero habla, habla, suelta, vacía, porque si no, llevarás ese sufrimiento de forma mucho más dolorosa. En un proceso de duelo, asumimos con normal las recaídas. De pronto, nos sucede algo que hace que sintamos que hemos retrocedido. No es así, forma parte del proceso.

Las otras opciones ante un suceso que nos perturbe, puede ser la evitación, hablaré de ella en otro post, pero hace alusión a cómo evitamos enfrentarnos con nuestro sufrimiento, y buscamos y buscamos mil formas de «esconderlo». Hacer que no hay dolor, no significa que no haya dolor. Y callar…otra mala opción.

Habla, expresa qué piensas, qué sientes, qué haces.

«Si me necesitas, silba»

Un abrazo y gracias por leerme,

Ana