Cuidar no es evitar el malestar.
No es allanar el camino.
No es adelantarse a todo para que nada duela.
Cuidar es estar.
Pero estar no significa resolver.
Muchas personas confunden el cuidado con hacerse cargo de la vida del otro. No por exceso de amor, sino por miedo: miedo a que el otro sufra, a que se equivoque, a que se rompa… o a que se vaya.
Desde la psicología clínica sabemos que sobreproteger no calma la ansiedad: la desplaza. Cuando una persona no tiene espacio para enfrentarse a la frustración, al error o a la incertidumbre, aprende un mensaje peligroso: “yo solo no puedo”.
Cuando ayudar impide crecer
Resolver siempre, sostener siempre, anticiparse siempre…
no fortalece.
Al contrario: genera dependencia, inseguridad y miedo a la vida.
La persona cuidada no aprende a regularse, a confiar en sí misma ni a tolerar el malestar. Aprende a necesitar.
Esto se ve con claridad en la infancia, pero también en las relaciones adultas.
Cuando uno vive rescatando, el otro queda atrapado en un lugar infantilizado, y el vínculo se desequilibra.
Cuidar no es quitarle al otro la experiencia.
Es confiar en que puede atravesarla.
El coste invisible de vivir salvando
Quien vive desde el rol de salvador suele pagar un precio alto:
cansancio crónico, culpa, dificultad para poner límites, sensación de no tener espacio propio.
No porque no sepa cuidarse, sino porque aprendió que cuidar era la forma de no perder el vínculo.
En estos casos, el problema no es la entrega, sino la ausencia de límites.
Y los límites no rompen relaciones sanas: las ordenan.
Soltar no es abandonar
Dejar de salvar no es desentenderse.
Es cambiar de lugar.
Es pasar de hacer por a estar con.
De resolver a acompañar.
De controlar a confiar.
Cuando permites que el otro se enfrente a su ansiedad, a su frustración o a sus errores, no lo estás dejando solo:
le estás devolviendo su capacidad.
Terapia psicológica: aprender a cuidar sin perderse
En terapia psicológica trabajamos para diferenciar cuidado de control, presencia de sacrificio y amor de miedo.
Soltar el rol no significa volverte fría.
Significa no desaparecer para que el otro exista.
Porque cuidar no es vivir por el otro.
Es estar disponible sin ocupar su lugar.
Y eso, aunque al principio incomode,
es una de las formas más profundas de respeto.
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